En Tár, la actriz, Cate Blanchett, interpreta a una poderosa directora de orquesta llamada Lydia Tár con bastante influencia en su sector. En la primera escena se aprecia su experiencia, pero también la devoción que le tienen sus seguidores.
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Pero mientras avanza la película notamos sus obsesiones y excesos de este personaje lleno de poder capaz de decir y hacer cosas sin tener que rendir cuentas.
Tár se concentra más en sus relaciones con su entorno que en sus habilidades como mujer de orquesta. En ese detrás de cámaras es que vemos como el personaje interactúa con el resto desde su posición de poder y cómo evoluciona no necesariamente hacia la brillantez o la cima de su talento, sino hacia abajo, víctima de sus yerros.
Así vemos a una Cate Blanchett ejecutando un personaje cuya presencia atemoriza y genera reverencias hasta que llevada contra las cuerdas pierde los papeles.
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La exposición de esta historia da pie a incluir varios temas, por ejemplo, sobre la denominada «cultura de cancelación» que afecta a artistas de fama mundial con talento, pero con una relación poco fraterna hacia su prójimo. En la actualidad cierto público no quiere estos personajes sean estudiados ni muchos menos tomados como ejemplo para los jóvenes.
Precisamente la protagonista genera este debate en una de las escenas de Tár sin imaginar que más adelante tendría que lidiar con esta respuesta del público.
El trabajo de Cate Blanchett es bueno y por ello está nominada al Óscar en la categoría a mejor actriz. Aunque lo correcto es subrayar que es la favorita, y hay suficientes argumentos para entregarle este premio.
Lo mejor de Tár es la interpretación de Blanchett, pero también la película que a través de este personaje expone el otro lado de aquellos que viven el día a día con poder.