La principal fortaleza de la película peruana, Mataindios, es su fotografía. No podemos negar esa bondad. Su lenguaje visual construido con imágenes a blanco y negro retratan una historia de tradiciones en las serranías peruanas.
El documental con olor a César Vallejo
Una historia que viene desde Trujillo
Mataindios gira sobre la organización de una festividad en homenaje al santo patrón de su localidad. Lo que pudo ser un relato convencional costumbrista con bailes, comida, misas y procesiones, se convirtió en una narración poética apoyada en su lenguaje visual.
La historia se divide en varias partes donde en cada una se describe las tareas realizadas por los pobladores. Unos están encargados del vestido del patrón, otros de la comida, flores, baile, etc.
Pero en esas tomas hay mucha devoción y respeto hacia al patrón del distrito. Pero también bastante sutileza para contar otra historia en el subtexto.
La habilidad de los directores es camuflar los recuerdos dolorosos de esa comunidad originados durante la guerra contra el terrorismo en el Perú. Solo al final se aclara ese detalle cuando los participantes en una procesión llevan unas cruces de madera con los años pintados en esos palos.
Cuando en el Perú se habla de los años 80 generalmente nuestra memoria asocia esa década con el derramamiento de sangre causado por los terroristas en los andes peruanos. Así parece que trabaja Mataindios asociando imágenes con estos tristes recuerdos.
El capítulo final se hace interesante porque se cuenta una historia de niños destruyendo la imagen del santo patrón a través de un orificio de una puerta. En ese pequeño ángulo se retrata la diversión de esos jóvenes inocentes pasando un buen tiempo a costa de la imagen antes venerada por los pobladores.
Mataindios es una película para ver en el cine y apreciar sus buenas imágenes. Lástima que este tipo de cintas, en general, no duren más de una semana en las carteleras comerciales, siendo el circuito de cine alternativo su último refugio.